Canción de Palacio #7

He tardado, pero ya me he dado cuenta. Ya he visto por qué las redes sociales están (y estarán) llenas de banderas francesas durante toda la semana: es porque nosotros también vamos a discotecas, o salimos al centro a tomar un café.
No es tanto el genocidio, un poco más la noción de que unos pobres chiquillos sean capaces de inmolarse por una mayoría de desconocidos de a pie… Pero, sobre todo, es porque nos hace percibir que, aún en la calidez y estabilidad de nuestro apartamento, los conflictos armados, la inseguridad tan desacostumbrada últimamente en esta parte del mundo, siguen siendo una posibilidad que se antoja arbitraria.
Y esa preocupación egoísta se traduce en el acostumbrado altruismo de «Likes» y «Retweets» que a algún segmento poblacional debe costar relacionar, ayudando así a ir a la cama a unos cuantos con la sensación de que por hoy ya han hecho algo por el Mundo, compartiendo su pedacito de información sobre política exterior y otros temas en los que parecemos tan versados como para gritar en público y con decisión en estas crisis puntuales de la Europa occidental.

Canción de Palacio #7

Semana Documental

El pasado martes fue el aniversario de la muerte de Pasolini, de modo que vi su documental Comizi d’amore. De Pasolini conozco algunas de sus películas (más allá del episodio de Salo, que mucha gente de a pie, como tú y como yo, critica de falta de contenido y pura exibición de perversiones, sin saber o comprender que se trata de una versión de los diarios del Marqués de Sade recreada en la época de la República de Salo de Mussolini) y algunos de sus escritos (entrelazados y superpuestos por haberme empecinado en leerlo siempre en italiano), pero se me había pasado por alto este divertido documental.

A su respecto diré que si alguien desconocedor de la figura se topa con esta entrada es una manera muy ligera de introducirse a las inquietudes y la personalidad de este escritor, poeta y director de cine del pasado siglo.

El miércoles conocí a quien considero una de las personsas más interesantes de lo que llevamos de siglo: Aaron Swartz. Disfruté el documental (pese a la constante intención conmovedora con la que se trata el caso a lo largo de la producción debido a su reciente defunción) y me interesó el debate que para algunos debe abrir sobre la libertad cultural y el acceso al patrimonio. También me parece un buen caso que añadir al debate moderno sobre la existencia de la genialidad y, sobre todo, sobre el concepto del genio (concepto que, a lo personal, considero en cuanto a la figura que supone ese individuo capaz de manejar sus posibilidades en función de su época y su entorno de manera mucho más efectiva que la media, receta que en ningún caso pueda repetirse, teniendo siempre una naturaleza distinta).

Hoy me he vuelto a topar con el manifiesto de Marina Abramovic. Sorprendentemente he encontrado un par de frases que hasta ahora no había juzgado interesantes y, queriendo comprobar si no habría yo madurado artísticamente desde la última vez, he vuelto a ver The Artist is Present. Al acabar la cinta mi sensación, lamentablemente, ha vuelto a ser la misma que la primera vez: la de una trayectoria sedimentada sobre bases sólidas, potentes, fuertes, que termina derritiendose en banalidades efectistas y aburridas que se aferran a eso que fue pero que ya no es, justo en el momento en que los medios a su alcance ya no son un problema para ella. Un discurso que la lluvia ha empezado a desplazar, borrando algunas palabras clave.

La próxima entrada me esmeraré en hacerla más objetiva y menos insustancial, pero me resulta difícil intentar algo del género cuando me da por escribir y solo tengo el teléfono a mano.

Semana Documental